Excesos mundialistas

"Candidatos" titula el Gran diario argentino y se sube a la euforia popular.
Desde mi parecer, somos un pueblo de excitados sin rumbo. Una población que se permite estar feliz como producto de una victoria futbolística no es más que una pantalla, una ilusión óptica que nos brinda la alegría que no sabemos encontrar en nuestras tareas diarias.
Eso sin contar el desborde triunfalista que le hace suponer a muchos que ya estamos en la final, si no creer que salimos campeones. Una farsa de festejos montados en una creencia irrisoria, digna de una película.
Y eso que disfruto y vivo este hermoso deporte desde que tengo 4 años. No estoy dentro de los que critican el juego de patear la pelota, sino todo lo contrario, lo creo entretenido y hasta una perfecta lupa de lo que el argentino es.

La Cátedra de buen fútbol que dió la Selección -eso fue- no puede ser vista simplemente como tal. Cada cual le agrega el condimento necesario para hacer un poco más llevadera su vida, y todos se suben a una algarabía ajena, que no debería pertenecerle más que al plantel profesional. Y al director técnico, el único capaz de hacer bajar a los jugadores de esa falsa idea de triunfadores, para que logren entender que restan 5 partidos igual de importantes, ante equipos cada vez mejores.

Confío en la mentalidad de Pekerman. Y aborrezco la del argentino mediocre.
Llegué a ver gente con una Copa del Mundo gigante dando la vuelta olímpica en el Obelisco. ¿Existe una representación más clara de lo que el fútbol es en nuestras vidas?
Por eso me gusta tanto su existencia, porque pone a flor de piel la forma de ser del argentino medio. Irrecuperable.
Mejor cambiar uno y no esperar más.